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El alemán que revolucionó la arquitectura
El pasado lunes 9 de marzo falleció el arquitecto alemán Frei Otto (Chemnitz, 1925). Su lamentable deceso no habría pasado desapercibido, dado que legó una obra de importancia incuestionable, pero sí que adquirió una mayor relevancia luego de que se anunciase que había ganado el Pritzker, el máximo galardón al que puede aspirar un arquitecto.
Aunque por fortuna Otto fue comunicado del fallo desde principios de año, la noticia se dio a conocer de manera oficial un día después de su muerte, lo que lo convirtió en el primer individuo en ser celebrado con esta distinción de manera póstuma.
En cualquier caso, y más allá de la anécdota, el también conocido como Premio Nobel de la Arquitectura, no pudo elegir a un mejor exponente de los alcances de esta disciplina. Y también de su esencia, puesto que la arquitectura puede y debe entenderse como un flujo de ideas constante que se nutre, no únicamente de la convergencia de conceptos, sino también de su contraposición.
Y para comprender esto último, basta con observar el trabajo de Otto: ante la rigidez constructiva que había imperado en la primera mitad del siglo XX y que puede observarse en los edificios de la Alemania nazi o las estructuras de corte soviético, él propone la ligereza absoluta. Frente a las líneas rectas él se decanta por la curva. Y si en aquellas edificaciones es notable la influencia del antropocentrismo y una imperiosa obsesión por el legado histórico, a él lo que le mueve son los misterios de la naturaleza.Un breve repaso por su vida nos deja entrever que el origen de su visión no fue fortuito. Su biografía da cuenta de la manera en la que este joven piloto de la Luftwaffe a finales de la Segunda Guerra Mundial se ve de repente inmerso en un campo de concentración francés. Es allí, sumido en la soledad y el tiempo libre que ofrecen las prisiones, que Otto empieza a reflexionar en aspectos relacionados con la arquitectura y con la manera en que podía optimizarse la relación entre el hombre y su entorno.
Ello no solamente lo llevaría a buscar la experimentación con materiales como telas y carpas, sino también a adoptar una postura humanística que habría de acompañarlo hasta el final de sus días. “Usaré el tiempo que me queda para seguir haciendo lo que hago, que es ayudar a la humanidad”, dijo cuando se enteró que había ganado el mencionado Pritzker.
La obra
Sergio Leyva (Arica, Chile, 1977) es un ingeniero civil estructural que radica en Alemania desde hace casi una década. Como muchos otros que se dedican a su oficio, Leyva considera a Otto uno de los arquitectos más revolucionarios de la historia: “es el verdadero pionero en la construcción de cubiertas tensadas”, asegura. La devoción de Leyva por la herencia de Otto, léase edificaciones creadas con telas, carpas y otros materiales ligeros, fue tan grande, que luego de terminar la carrera en la Universidad de Chile se apuntó en el primer curso a nivel mundial que se centró en estudios de esta clase: el Institute for Membrane and Shell Technologies, Building and Real State, con base en Dessau-Roßlau, Alemania. Posteriormente, ingresó a trabajar en el estudio alemán FORM TL, en palabras de Leyva “la única oficina de ingeniería en Europa que se dedica exclusivamente a este tipo de construcción” hasta que finalmente fundó su propio estudio: z3rch.
Conocedor a fondo de la obra de Otto, Leyva considera que su legado es más actual que nunca: “la arquitectura de Otto se aleja totalmente de esa pomposidad y lujo que observamos tanto en la arquitectura actual. Es la otra cara de la moneda. La razón es simple: lo que Otto quería, era observar a la naturaleza para reproducirla. Y además construir sin dañarla. Edificar de manera más liviana y en armonía con el entorno. Por ello su obra está relacionada con conceptos tan vitales hoy en día como lo son la ecología, el cuidado del planeta, la autosustentabilidad… en resumen, el deseo que tenemos por curar al planeta”.
Tal y como lo han referido los medios de comunicación en los últimos días, el ingeniero chileno también coincide en que las obra totémicas de Frei serían el Pabellón Alemán de la Expo de Montreal de 1967 y la membrana hiperbólica del Estadio Olímpico de Munich, de 1972. “En ambos casos vemos las ideas básicas de Otto puestas en práctica”, explica. “Están, por ejemplo, las formas orgánicas, pues él siempre quiso emular aquello que investigó u observó de la naturaleza: el crecimiento de hongos, helechos marinos, estructuras microscópicas de raíces… pero además las edifica de manera simple, haciendo uso de la mínima cantidad de materiales. Ello disminuye los presupuestos y lo hace sustentable”.
Cabe agregar que no son pocos los arquitectos que en diferentes grados han sido influidos por las ideas de Otto. Renombrados arquitectos como Michael Hopkins, Nicholas Grimshaw o Norman Foster poseen obras donde su eco es evidente. Su inspiración también se halla presente de forma clara en proyectos tan recientes como las ambiciosas edificaciones que Thomas Heatherwick y Bjarke Ingels diseñaron para albergar los nuevos cuarteles de Google en Mountain View.Todo ello denota que el trabajo de Otto, aunque quizá no recibiese en su momento el merecido reconocimiento, siempre ha estado latente, tal vez ahora más que nunca: “Yo veo a Otto presente en trabajos como el Allianz Arena en Munich o en el Watercube que todos admiramos en las Olimpíadas de Pekín. Hasta pareciera que de repente se puso de moda trabajar con otros elementos. Cuando yo ingresé al mundo laboral los textiles no figuraban en los materiales de construcción. Actualmente son el quinto que más se usa, detrás del cemento de hormigón, acero, madera y ladrillo. Y todo se lo debemos de alguna manera a Otto, quien fue un pionero en el uso de este material en la arquitectura moderna. Él sentó las bases para hacer este tipo de construcciones”.
El legado
“¿Por qué construimos espacios que no son necesarios? Podemos construir edificios de dos o tres kilómetros de alto y diseñar auditorios inmensos y cubrir una ciudad entera, pero tenemos que reflexionar qué función tiene todo ello: ¿es realmente lo que la sociedad necesita?”. Ahora que su nombre resuena como nunca, bien valdría la pena rescatar estas palabras que Otto Frei compartió en 2005 para la revista Icon. Vienen a cuento porque de alguna manera resumen aquello que el arquitecto germano se propuso dejar a manera de herencia: un nuevo lenguaje en la arquitectura, uno que supiese escuchar a la naturaleza y a la vez se pusiera al servicio de la humanidad. Una construcción ligada no con el lujo y la ostentación, sino dispuesta para los más desfavorecidos.
Si de algo sirve esta irónica coincidencia entre su muerte y el máximo reconocimiento a su trabajo, es que lo sitúa nuevamente en el mapa: “Sinceramente, me tomó muy por sorpresa que le dieran el Pritzker”, comenta Leyva. “Pero luego de la sorpresa vino la alegría, pues estoy seguro de que este suceso tendrá un gran impacto en las escuelas de arquitectura de todo el mundo. Su obra será revisada de nuevo y con ello sus ideales”.
El pasado lunes 9 de marzo falleció Frei Otto. Tenía 89 años. No olvidemos su nombre.
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